La carne que nunca sobró.

Tregua. Lo único que pido es una tregua- dijo él.

Estaba aún con su traje de lino oscuro. A la luz de una vela titilante, en aquel rincón de la habitación donde no se veía nada más que su sombra en la pared. Los decorados no le gustaban, pues lo hacían sentir sólo algo momentáneo, después lo cansaban y quería botarlos por ahí. Donarlos tampoco sería una opción. Según él "no todos entendían el arte vanguardista y era un desperdicio dárselo a alguien que no los comprendiera en su plenitud".
Y pasó la noche siendo solamente un paisaje a través de esa cortina de humo de cigarrillo y cera. De velas sin aroma, de cigarrillos sin menta. De noches sin compañera.
Su traje no era más que un escarpo de lechuga a las seis de la madrugada. Todo arrugado y fresco, de tantas lágrimas absorbidas.

El coronel no se daba cuenta de sus lágrimas. No se daba cuenta de sus penas, pues las ahogaba entre el agua de las jarras con flores ya secas.

Y de pronto sus lágrimas también se secaron, pendiendo sólo de su pestaña, y desafíando en caída libre, a la gravedad.

Sólo necesito una tregua- blasfemó la lágrima sin opción a elegir su destino.

Ella y el coronel tenían muchas cosas en común.

(caminó hasta la ventana, dio una pitada a ese cigarrillo ya consumido y suspiró).

Allá, por las praderas andará como una gacela, la esperanza y hay mil felinos intentando devorársela. Ella ingenua, dejará ser comida, sólo para entrar en alguien más. Se cansó de andar sola.
Yo acá la espero, la busco, la dibujo en las paredes, pero el adobe se deshace con mis pinceles mojados.

Se desabrochó el traje y miró sus manos.

Sólo necesito una tregua, no quiero ser un coronel caído.. acepto mi derrota, soy un mal estratega en cuánto a tomar el control de mi campo de batalla. Guerras perdidas, soldados jubilados, por no ver ni una sola gloria sobre el stand.

De pronto, la gacela se posó frente a su ventana. Lo miraba fijo. Bajo la luz de la luna llena, blanca, redonda, perfectamente redonda como una moneda.

Se miraron durante unos minutos. Sin parpadear ni un sólo segundo. No se podía perder ni un detalle.
Y de pronto, la vela se apagó, consumida y desgastada... dejando en su último aliento, una sombra en la pared de adobe, un cigarrillo mal apagado y una habitación vacía.

La carta de renuncia estaba sobre la mesa. Y el traje de lino, sobre el suelo. El animal se comía los pocos trozos de carne de la cocina, y el coronel... se había convertido en lobo. Y estaba trás la heladera, acechando a su presa.

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